Curiosidad
La Troupe Garraus, los abuelos de Les Luthiers

La Troupe Garraus, o también llamados "Los Tres Bemoles", era un grupo muy original y excéntrico que tocaba instrumentos informales, tal como lo hace Les Luthiers. Estaba conformado por tres músicos españoles, que recorrieron los teatros de Europa y América allá por el año 1880, con relativo éxito.

En el año 2003, estando Les Luthiers actuando en Madrid, se presentó en el teatro una señora con un paquete de regalo que contenía artículos de prensa y fotografías de La Troupe Garraus. La dama, que era la nieta de Onofre Garraus, el fundador del grupo, se manifestó como una gran admiradora de Les Luthiers. Esos artículos posteriormente llegaron a manos de Daniel Samper, principal exégeta de Les Luthiers, el cuál escribió el artículo que se puede leer a continuación:



LA TROUPE GARRAUS

Junio 3 de 2004
Desde el foso / Los abuelos de Les Luthiers
Por Daniel Samper Pizano

Hace más de un siglo, un trío español hizo reír a Europa y América e inspiró a Pablo Casals con la música que interpretaba usando palos de escoba, botellas, sartenes y chocolateras.
Son tres. Usan peluca y librea. En la fotografía aparece uno tocando una especie de babilla metálica a la que sopla por la cola y le saca música por las fauces; sus compañeros rascan una aceitera con vocación de guacharaca y un extraño violín de tres palos. En otro retrato se les ve con un andamio compuesto por dos hileras de campanitas y dos tableros de cascabeles. En otras más ofrecen conciertos con cacerolas colgadas de una repisa, botellas dispuestas encima de una mesa, e incluso regaderas con mástil y cuerdas de donde extraen románticos sonidos mediante un arco de viola.
Si no fuera porque las fotografías revisten una aureola antigua a la que contribuyen el color sepia y los muebles pasados de moda, cualquiera diría que se trata del último espectáculo de Les Luthiers. Error.
Error, pero no grave. No son Les Luthiers, pero sí sus abuelos, de los que ellos nada sabían hasta fines del año pasado, cuando llegó al hotel madrileño de los famosos melo-humoristas argentinos un sobre inesperado. Al abrirlo, los luthiers quedaron boquiabiertos, como la babilla-saxofón. Se trataba de una colección de daguerrotipos e información acerca de unos músicos españoles que, a finales del siglo XIX, tocaban instrumentos informales. Algunos de ellos merecerían haber sido inventados por Les Luthiers, como una cantina de leche convertida en aparato de cuerdas, pariente lejana y obesa del tierno latín, o violín de lata, y una escoba que quería ser violonchelo cuando grande. Retratos y recortes venían acompañados por una cordial tarjeta de Caridad Larregla Garraus.
Después de una llamada, Les Luthiers supieron que esos personajes cuyos genes se asemejaban a los suyos llevaron por nombre artístico Los Tres Bemoles y que la dama de la tarjeta era nieta de Onofre Garraus Atorrasagasti, el fundador del grupo.
A juzgar por viejos recortes de prensa, el trío de cómicos musicales se anotó delirantes éxitos y realizó reiteradas giras por América. Pasados veinte años, una trágica circunstancia disolvió el conjunto. Su fundador buscó entonces actividades más retributivas, y aparentemente casi nadie volvió a acordarse de ellos. Hubo apenas raras menciones en algún programa radial de audiencia selecta o en alguna revista regional vasca. Nadie más sabía de Los Tres Bemoles y nadie los había mencionado antes a Les Luthiers en las tres décadas que estos llevan visitando a España con frecuencia casi anual.
Hasta que llegó aquel sobre con aquellas fotografías y aquella tarjeta.
El descubrimiento era demasiado emocionante como para que quedara reducido a una anécdota pasajera. Así que, con la colaboración de la nieta del maestro Onofre Carraus, la Unidad Investigativa de REVISTA CREDENCIAL desplegó todas sus habilidades y recursos hasta desentrañar el genial eslabón perdido entre Mozart y el quinteto que más hace reír en lengua española.

París con bemoles
Onofre Garraus nació en Santesteban, Navarra (otros dicen que en Lesaca) en 1858 y a los veinte años viajó a París con una beca. Era el París de la Exposición Universal, lleno de vida, de bohemia y de parranda. Onofre resolvió quedarse allí al cabo de la beca, y, para sobrevivir, montó un dúo de guitarra y cítara con un paisano cuyo nombre se ha esfumado en el tiempo, pero cuyo apellido era Jaunsarás.
No del todo eran infrecuentes, ya para entonces, las agrupaciones de músicos exóticos que fabricaban sus propios instrumentos y los interpretaban en ferias y fiestas pueblerinas. Los dos amigos entendieron que ahí estaba el desvare. Donde come uno comen dos y donde tocan dos tocan tres. De modo que al poco tiempo la “troupe O. Garraus” sumaba un músico más –un madrileño que, dolorosamente, ha regresado al anonimato– y se había adjudicado el nombre que la dio a conocer.
Es difícil saber si los instrumentos heterodoxos, el esmoquin encastado de librea (en lo que también se parecen a Les Luthiers) y las pelucas alborotadas (en esto se diferencian de casi todos los luthiers) fueron posteriores al trío, o si el trío nació a partir de los instrumentos heterodoxos y los disfraces. La cuestión es que no les fue nada mal con la decisión de buscar la risa del público, porque vivieron de ello durante una veintena de años.
Entre quienes los vieron actuar en París está el escritor Pío Baroja. En sus nostálgicas memorias de la insomne capital francesa de fin de siglo recuerda a “los excéntricos musicales que tocaban con un arco en una sierra o sobre un palo de escoba con una cuerda”.

Haciendo la América
Tras algunas vueltas por Francia y Europa, los Bemoles resolvieron hacer la América. Dicen los documentos que en junio de 1890 se presentaron en Buenos Aires y en el segundo trimestre de 1891 visitaron a Venezuela y Cuba. De su formidable suceso dan testimonio varios recortes:
La Nación (Buenos Aires, junio 15 de 1890): “El señor O. Garraus es un verdadero genio para la combinación de sonidos y [también] sus compañeros Bemoles, que ahora se nos han colocado aquí sin ruido ninguno para meter enseguida tanto desde el teatro Carubia… Todo canta entre sus manos, porque estos Midas de la música son capaces de arrancar vibraciones sonoras del mismo pedernal”.
El Zuliano (Maracaibo, septiembre 9 de 1891): “El trabajo de la simpática troupe es fino, delicado, agradable… Ya sabemos que no debemos destinar a sus usos respectivos y conocidos la sartén, el plato, la regadera, la jarra, la chocolatera, la botella, el vaso, la copa, etc., etc.; que con esos objetos podemos regalarnos horas de solaz y que hasta ellos podemos hacer descender los genios celebrados de la música”.
El León Español (La Habana, noviembre 6 de 1891): “No sé cómo empezar a descubrir la impresión que causó al auditorio el oír sonidos armónicos arrancados violentamente de los utensilios más vulgares de nuestras cocinas… Los concurrentes aplaudían frenéticamente, locos, delirantes, haciendo repetir los trozos el repertorio señalado”.
La Unión Constitucional (La Habana, noviembre 7 de 1891): “Son una verdadera notabilidad los tres excéntricos músicos. Ejecutan todo género de piezas, algunas de ellas dificilísimas, con una limpieza, una seguridad, una afinación y, sobre todo, con un gusto tan exquisito que sorprenden, admiran y arrebatan”.
El Liberal (La Habana, noviembre 12 de 1891): “Es bueno dejar anotado que son lo que en puridad de verdad pueden llamarse maravillas. Después de haberlos visto se infiere fácilmente el éxito que los ha seguido en todos aquellos puntos donde se han presentado”.
El éxito unánime de los abuelos de Les Luthiers recuerda al de sus nietos, pero hay una diferencia importante. Los Bemoles no componían su propia música, sino que interpretaban clásicos populares. La única obra de cuño propio era la jota de despedida, que remataba con la copla siguiente:
A la jota jota
de los Tres Bemoles
que, aunque estrafalarios,
somos españoles.
Hay que reconocer que en materia de letra tenían poco que legar al sublime Johann Sebastian Mastropiero de Les Luhiers.

La primera escoba de Pablo Casals
Dos de los instrumentos que mayor atracción ejercían sobre el público de los Bemoles eran el cascabeólogo, formado por cencerros, cascabeles y campanillas de coches de caballos que, colgados a distintas alturas y sacudidas con habilidad, reproducían la escalas musical, y la escoba monocorde.
El divertido trío interpretaba con el cascabeólogo arias de las óperas “La favorita” y “Lucía de Lamermoor”, y con la escoba monocorde que añoraba Pío Baroja tocaba piezas de Arrieta y Beethoven.
La ingeniosa escoba pasará a la historia por haber inducido una de las más extraordinarias vocaciones musicales de todos los tiempos. En 1886 Pablo Casals, reconocido como el mayor violonchelista del siglo XX, tenía nueve años e interpretaba el órgano parroquial cuando llegó a El Vendrell, su pueblo natal, el conjunto trashumante. Sus excéntricos miembros se instalaron en la plaza, dispuestos a ofrecer un pequeño concierto al término del cual recogían parvas monedas en un sombrero (nada que ver con Les Luthiers) y la gente se arremolinó a su alrededor.
“Me abrí camino hasta la primera fila de la muchedumbre –recordaba Casals en entrevista concedida a un periodista de Puerto Rico– y me senté sobre las losas, embrujado por la apariencia de los músicos, que estaban vestidos de payasos… Uno de ellos tocaba sobre un mango de escoba transformado a modo de violonchelo. En aquella época no había visto ni oído hablar del violonchelo. Ese instrumento me fascinó más que los demás. Vuelto a casa, casi sin tomar aliento, se lo describí a mi padre. Él se reía, pero terminó por decirme: ‘Está bien, hijo, te haré un instrumento del mismo estilo’.”
A los pocos días, Pablito Casals tenía su primer violonchelo: era un palo de escoba al que su padre había acomodado una cuerda templada y una calabaza seca, para aumentar la sonoridad. El maestro lo conservó en una vitrina hasta su muerte.
El conjunto bemolista nació y tuvo como sede a París, pero más de una vez se presentó en Santesteban, cuna de dos de sus miembros. La última ocasión en que pudieron aplaudirlo los espectadores del pequeño Teatro Irún fue en 1899. Tres años después debutaba en ese mismo escenario el joven Pablo Casals. Había dejado el órgano y la escoba, y empezaba su extraordinaria carrera de violochelista.

Trágica disolución, mágico matrimonio
Para entonces, Los Tres Bemoles ya no existían y su director incursionaba en aventuras industriales. La agrupación se disolvió de manera trágica. En 1899, durante su postrera gira a América, falleció de repente Jaunsarás, y sus dos compañeros, apesadumbrados, decidieron que no lo reemplazarían. Allí murió también el conjunto.
Garraus recogió algunos recuerdos y objetos personales de su paisano e inseparable amigo, y regresó con ellos a Santesteban. Entregó la ropa y los bienes a la familia del difunto y las cartas de amor a Clotilde Lasa, joven y casi inconsolable novia de Jaunsarás. Conmovido, se dio también a la tarea de confortarla. Y lo logró de rotunda manera, pues un tiempo después Onofre y Clotilde se casaban en la iglesia de la villa y fijaban residencia en París.
Así, con 45 años, el fundador de “la Troupe O. Garraus” abandonada la vida alegre de soltero y se convertía en un gerente serio y compuesto. Su meta era ahora la fabricación de buses destinados a montar la primera línea de transporte público con vehículos de motor que hubo en Navarra, y seguramente en Europa y a lo mejor en el mundo.
Su suerte como empresario fue dispar, de modo que en 1923 vendió todo y se trasladó con su familia a Madrid, donde murió el último día de diciembre de 1933.
Exactamente 70 años después, y en la misma ciudad, Les Luthiers se enteraban de la existencia de estos abuelos adorables e inesperados.

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La Troupe Garraus


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